
Hace hoy ya una semana desde que JP Morgan colocó alegremente el último clavo en el ataúd de Bear Stearns. No me resulta deplorable este funeral solo porque se trate de la quiebra de una empresa enorme y un icono del mercado financiero norteamericano. Ni porque el octogenario difunto tenga a su haber el hasta el orgullo de haber sido uno de los pocos gigantes en sobrevivir la gran depresión que devino el desplome de los mercados en 1929. No lo hace tan funesto ni el pensar en los miles de empleados (colegas muy respetados y algunos de ellos amigos personales) que además de perder sus empleos han visto desaparecer en cuestión de horas todos sus ahorros y sus planes de retiro invertidos en acciones de la compañía.

Lo que hace este episodio ominoso es que Bear cayó al vacío no por su mal desempeño, sino a causa de los rumores que se propagaron a mediados de Agosto del año pasado con relación a la crisis del sub-prime y para la cual ya la empresa había tomado medidas.
A mediados del mes en curso ya no bastaron comparecencias de ejecutivos, ni el cúmulo de prometedores reportes publicados por analistas independientes. No bastó siquiera la intervención de la Fed para aplacar la debacle.

A partir de el diez de Marzo, los susurros y los corre-ve-y- dile de Wall Street desataron una tsunami de paranoias que finalmente llevaron a casi todos los inversionistas a retirar aproximadamente 16.1 billones de dólares de los 18 en capital liquido que mantenía la entidad bajo su administración en un periodo de solo tres días. Ya para entonces era obvio que el tajo en el pecho del oso era fatal y que no le daría tiempo ni a agonizar.
Este es el capitalismo feroz de que tanto hablan, pensaba yo con los ojos clavados en mis pantallas donde el símbolo BSC se escurría desde los $90++ hasta llegar a casi nada en medio de una estampida brutal. Triste el caso, pero muy aleccionador: Diversifíquense chamas, que la caña viene a tres trozos!